jueves, 16 de julio de 2009

¡Aún tenemos fútbol, ciudadanos!

Dicen que el gran invento de la Humanidad fue la rueda y que grandes invenciones recientes ha sido el crédito y su masificación y la Internet.

Hoy pienso que el gran invento del Hombre es ese deporte originado del calcio florentino del siglo XVI, perfeccionado y propagado por los ingleses bajo el nombre de foot-ball en el siglo XIX.

Para comprobarlo en el siglo XXI no tuve que tomar palco en el Bernabeu, la Bombonera, el Maracaná o el Old Trafford. Hoy el teatro de mis sueños fue el modesto estadio municipal de Melipilla, con su no más de un millar de privilegiados espectadores.

Tampoco necesité que los actores fueran Pelé, Maradona, Cristiano Ronaldo o Messi, que se transformaron en millonarios y famosos gracias al don que la naturaleza les dio. Hoy los actores fueron los Contreras, los Rojas y los Orellana que, es muy probable, tengan a la necesidad como invitada habitual a la mesa familiar.

Tampoco tuve que ver un partido de la Premier League, la Champion League o de una final de Copa del Mundo. Me bastó con un partido de la Primera B del modestísimo balompié chileno, uno más entre tantos, que si el fútbol fuera justo debería tener este lance en sus páginas más gloriosas.

No necesité estar en el Monumental o en el Nacional entre las llamadas barras bravas para observar la transformación del respetable en un público soez que sólo siente que hay justicia cuando un árbitro falla a favor de su equipo. Para explicar esa transformación no necesité ser psicólogo, ni sociólogo para explicar cómo una masa abstraída en una derrota dolorosa y humillante, termina celebrando un triunfo inesperado. ¿Cómo un deporte puede en pocos segundos hacer conocer la alegría más intensa y la tristeza más profunda?

Tampoco necesité ver a la U contra Colo Colo, Boca contra River o Barcelona contra Real Madrid. Me bastó con ver a Deportes Melipilla contra Osorno, para refrendar mi creencia: el fútbol es uno de los grandes inventos de la Humanidad.

Durante 18 años he reporteado fútbol para Radio Cooperativa. Pero pocas veces, en vivo y en directo o por televisión, me tocó informar sobre un partido gigante como el Melipilla contra Osorno, en que estos últimos ganaban 3 a 0 a los 70 minutos, pero lo terminaron perdiendo 4 a 3 a los 97´. Era cierto aquello de potros contra toros, toros contra potros que, apodos que semánticamente son la fuerza y la entereza.

Pero cómo les explico cuando el editor me pide que haga un breve despacho de un minuto y medio, dos, a los más, para sintetizar una suma de pequeños pero trascendentes acontecimientos. Cómo explicarle a mi colega que los hechos se sucedían uno tras otro, porque los gladiadores no se daban tregua en los pastos del Roberto Bravo Santibáñez, mientras un árbitro y sus asistentes confundidos cometían una falla tras otra, involuntarias, cierto, pero intencional para el hincha. Tanto yerro hubo que los jueces debían compensar con otro error y hasta con descuentos inexistentes, siete minutos según el cronómetro de Hermosilla, que dejó sin sanción un penal que provocó un contragolpe y un gol en el arco contrario. A minuto siguiente otro penal, pero inexistente, a favor del equipo que se sentía perjudicado antes. Ese 0 a 3 pasó a ser 1 a 3, el impulso primigenio para que el perdedor comenzara a remontar implacablemente el marcador en un lapso de 24 minutos, a un promedio de un gol cada 6 minutos.

Cómo explicar el accionar de ese hombre mostrando una y otra vez la cartulina amarilla y que fue necesario e innecesario mostrar cuatro tarjetas rojas, una de ellas al jugador que, exultante, se despojó de su camiseta para festejar el séptimo gol de ese vibrante partido, quizás el más importante de su vida, el que podrá relatarle una y otra vez a sus nietos.

Cómo explicar a la gentil audiencia y a usted, amigo lector o amiga lectora, aquello de que se han visto muertos cargando adobes, para decirle que lo imposible también es posible. Y que, en contraste, en la confianza está el peligro.




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