sábado, 11 de junio de 2011

¿Por qué en Alhué?


"Allí, entre cerros que se ondulan levantándose macizos y desafiantes; donde los campos se visten de cientos de verdes y de colores dorados; donde las horas transcurren soñolientas; donde la misma mano teje la historia y el mismo surco cruza la tradición, allí está Alhué, valle y serranías".

Allí pretenden instalar una cárcel, que dicen sería para reos de baja peligrosidad, aunque, paradojalmente, el recinto sería de alta seguridad.

Alhué, es una tierra bellísima, apacible, donde se guarda un trozo del Chile de antaño, donde Carmelita Serrano tejía sus ponchos, donde don Camilo Azagra cantaba viejas tonadas, donde don Germán Allende paseaba sus años, donde don Hermógenes Menares tuerce los cueros, donde anduvo Inés de Suárez, donde también dicen que nació el diablo, un diablo a la chilena.

En ese lugar, donde se contemplan los Altos de Cantillana y sus manchones de milenarios robles; donde en los inviernos se puede apreciar el imponente morro de Talami; donde los caminos serpenteantes hablan de miles de secretos que también bajan por las aguas de los esteros; donde me enseñaron que los que se apresuran pierden el tiempo, desean establecer una cárcel

Una cárcel borraría para siempre el encanto de esa tierra que inspiró a Vicuña Mackenna, Justo Abel Rosales, Onofre Jarpa, Miguel Jordá, Margot Loyola y Aída Otaíza. Si hasta Pablo Neruda atesoró uno de sus más preciados tesoros, esa campana de la parroquia San Jerónimo que mira hacia el mar en las costas de Isla Negra.

Una cárcel es una herida para esa entrañable tierra de gente buena, donde el amor por ella se profesa desde siempre y donde hay que hacer muchos méritos para no ser considerado un afuerino. No bastan los años, sino lo bueno que se hizo por ella, como lo hizo el padre Gerardo Alkemade.

Curiosamente, ese hijo ilustre de Alhué que vino a Chile buscando la paz, tendría como vecina la cárcel, lo mismo que los lugares que cobijaron a Toro y Zambrano. Tan fuerte es la historia y la tradición en esa zona, que sus poco más de 4.000 habitantes cuentan con dos museos, con su pueblo Zona Típica y con su iglesia monumento nacional.

Sin embargo, de la noche a la mañana, en el más absoluto sigilo, se pretende llevar a miles de afuerinos, que por desgracia o intencionalmente han delinquido, para recluirlos en un lugar que está más cerca del paraíso que de ser un infierno.

Por eso pregunto, ¿por qué en Alhué?. ¿Acaso es malo que su gentiles vivan apaciblemente, con los problemas cotidianos, claro, como todos? ¿Acaso es malo que exista un rincón para la contemplación y las largas conversaciones? ¿Acaso es malo que una comuna de la región Metropolitana viva orgullosamente su ruralidad?

Lo que digo no es por antojo ni capricho. Tuve la suerte de escribirle dos libros a Alhué y de haber vivido allí dos años y vuelto innumerables veces, recorriendo todos y cada uno de sus rincones. Conocí a don Segundo Gamboa, a doña Estela Meza, a don Miguel Fabio, a don Santiago Castro, a don Pablo Donoso, a don José Guzmán, a don Cecilio Quiroz, al ermitaño Juan Reyes, a don Herminio Martínez y a don Desiderio Quintanilla; a doña Polucema Valdenegro, doña Luisa Amigo y tantos otros y otras a los que les escuché hablar con tanto orgullo de su tierra, de sus vivencias, del cariño por ese rincón de serranías que les cobijó desde el primer despertar y, en muchos de estos casos, hasta el último suspiro antes de la eternidad.

¿Tendrán que hablar sus descendientes de una cárcel o tendrán que narrarle a sus hijos y nietos de las batallas que emprendieron para evitar que se marcara esa cicatriz en el rostro y las almas de quienes quieren y queremos entrañablemente a Alhué?

Hernán Bustos Valdivia
Periodista
Junio de 2011.

martes, 24 de mayo de 2011

Ha partido un trozo de Chile: Santos Rubio Morales



A esta hora imagino una rueda de angelitos esperando en semicírculo a un nuevo huésped celestial: Santos Rubio Morales, Santitos, viejo pueta y guitarronero, que dejó de existir en su querida tierra de Pirque.

Me pregunto cuántos de aquellos niños que murieron a corta edad y a los cuales les dedicó su canto noches enteras antes de la partida a los misteriosos mundos del más allá, estarán deseosos de acogerlo.

La primera vez que lo vi y la primera vez que me escuchó fue en Alhué, hace ya varios años. Ciego desde muy temprana edad y de oído fino y desarrollado no alcancé a pronunciar ni media palabra cuando me identificó de inmediato como el periodista que escuchaba en la Radio Cooperativa. Por cierto, me inflé de orgullo.

Desde aquel encuentro tuve varias oportunidades de compartir con él. Era de verdad un maestro del canto a lo humano y lo divino. Su privilegiada voz y entonación nos ponían frente a uno de esos artistas que nacieron con talento, que no tuvo necesidad de ver para inspirar magistrales versos, muchas veces improvisados, junto a su querido hermano Alfonso, con quien además conformaba un dúo de cuequeros único.

Santitos era un yacimiento viviente. Era uno de los escasos intérpretes sobrevivientes del guitarrón, cuyos acordes enseñó también en las aulas universitarias. Era un académico de la vida y la tradición.

Recuerdo una vez que estando en la escuelita de Hacienda Alhué, cuando le pedí a él y otros folcloristas que fueran a cantarle a los abuelos de la localidad, en medio de un aro escuchó que había que preparar almuerzo. Con esa picardía innata y la alegría a flor de labios que le caracterizaba se ofreció a colaborar: “Yo pico el arroz”, dijo, provocando una carcajada general.

Años después lo entrevisté para la revista Nuestra Tierra y le consulté cómo imaginaba los paisajes privado del don de la visión. Me respondió con una frase sencilla, pero profundamente sabia: “los lugares más verdes eran aquellos donde más cantaban los pajaritos”. Luego comenzó a hablar de la belleza de sus tierras y de los cajones que se adentran en las montañas.

Doy gracias a la vida por haberlo conocido don Santos, me siento privilegiado por haber recorrido junto a usted las polvorientas calles de Villa Alhué y que en una actuación en la Quinta Normal y otra en El Monte haya sido materia para sus versos picarones, aquellos en que me reprochaba junto a su hermano Alfonso, haciendo rimar mi apellido Bustos, que aunque les ofreciera brindar con agua, había sido un gusto.

También me socorrió una vez en que estando en un escenario, le pedí que me soplara al oído alguna cuarteta para romper la rigidez de un auditorio poco entusiasta. Fue tan acertada, que desde ese momento me dediqué a poner especial atención para memorizar y robarle más de alguna de aquella ingeniosas frases que le escuché.

Qué cosas tiene la vida. Hace menos de una semana intenté comunicarme con usted con el simple propósito de saludarlo. El teléfono fijo que tenía anotado en mi agenda ya no era el suyo. La persona que me atendió me dijo que ni siquiera lo conocía. Parece que ese repentino intento por ubicarlo era como un adiós instintivo. Sólo al enterarme de su muerte supe que sufría de un terrible cáncer estomacal. Que pena no haber podido hablar con usted antes del silencio final, porque para un investigador de las historias y tradiciones locales personas como usted son la esencia de Chile y porque cuando parte uno de ustedes, cantor, alfarera, talabartero, organillero, se marcha, un trozo de mi país.

Se ordena la despedida, pero antes le ruego, Santitos, que lleve a la estación celestial un saludo a mis amigos y poetas populares alhuinos Camilo Azagra y Germán Allende. También a mis hermanos Roberto y Luis y a mis abuelos. Allá en lo alto se comienzan a juntar los cantores para hacer una ronda de voces que los que quedamos acá abajo rememoraremos nostálgicos y añoraremos plañideros.

Hernán Bustos Valdivia, en la fría noche del martes 24 de mayo de 2011, día de la partida de Santitos.

sábado, 30 de abril de 2011

Los viejos políticos

sábado 30 de abril de 2011
Memorias casi 50 años después: viejos políticos
Los políticos: buenas y malas costumbres
Hace algunos años llegó a mi casa una carta anónima. Iba dirigida contra un gran amigo literato que había caído en desgracia con el poder. Era una misiva injuriosa, descalificadora, denigrante, chanta.
Tiempo después, me tocó vivir una situación algo similar. Había emprendido la idea de hacer un documental sobre las buenas costumbres de los viejos políticos para transmitirle esa experiencia a los jóvenes, especialmente a aquellos desencantados con la política.Para ello me vinculé con una productora.
Cuando el video estuvo listo pedí revisarlo y como había algunos errores de edición, solicité que fuesen cambiados, cuestión que no agradó al jefe de aquella productora y su séquito de amigos, para los cuales mi rigurosidad pareció ser una afrenta. El resultado es que llegó el día del estreno y minutos antes, me entregaron el video, tras lo cual, sin quedarse a ver el trabajo, se retiraron sospechosamente.
El video se exhibió ante un numeroso público y al final de éste, los créditos habían sido intervenidos maliciosamente.
¿Qué tenían en común ambas acciones? Habían sido urdidas cobardemente, craneadas macabramente con el propósito de infringir el mayor daño sicológico posible, con la falta de dignidad propia de quien tira la piedra y esconde la mano.
Retomando el tema de la carta, que también había llegado a un seleccionado grupo de exponentes de la cultura local, levanté el teléfono y llamé a mi amigo para expresarle mi solidaridad, pero lejos de encontrar en él a un tipo abatido, nos pusimos a reir del contenido de la misma y analizamos la carencia de valores éticos de quienes la habían escrito. Años después, sin quererlo me enteré de quiénes, en qué circunstancias y en qué lugar se tramó aquello. Uno de los que participó de aquella reunión y que no estuvo de acuerdo con la carta, me lo contó.
Respecto del video, semanas después, al parecer arrepentidos por su actuar, los de la productora me enviaron una carta, me llamaban por teléfono y hasta se tomaron la molestia de remitirme un presente, implorándome que les disculpara.
Al cabo de un tiempo, al notar que la angustia de ellos era valedera, opté por aceptar sus disculpas. Tiempo después, se volvió a rodar el documental corregido. Tras la exhibición, al principal causante de esa acción le di un abrazo para liberarlo de sus remordimientos y tras dirigir algunas palabras al público presente me quebré emocionalmente.
Aprendí de una amiga, que frente a un hecho negativo siempre hay que anteponer algo positivo.
Por eso rescato de aquel documental los momentos emotivos vividos entrevistando a esos próceres políticos, algunos octogenarios y nonagenarios, a los que quise arrancarle no sólo sus frías vivencias políticas, sus fragores electorales, sino también sus emociones. Iban de derecha a izquierda, sin distingos. Don Manuel Tagle, viejo diputado conservador de Padre Hurtado, que recordaba sus encuentros con el sacerdote jesuita convertido en santo, pues su padre le había donado el terreno para que se levantara el noviciado actualmente allí existente. La picardía de don Antonio Venegas, socialista, dos veces alcalde de Peñaflor, y su mirada campechana y pueblerina de la política, con un alzheimer que estaba en ciernes, por lo cual su señora nos pidió que lo entrevistáramos muy temprano, porque a esa hora se sentía mejor . Don Francisco Kellendonk, democratacristiano, y su pausado discurso, calmo, con una bonhomía impactante y unos sorprendentes recuerdos con Violeta Parra. Don Amalfi Torres, pícaro radical, alegre, un viejo maestro de noventa años, pero más parecido a un niño travieso. Don Octavio Leiva, de quien tenía una imagen de político duro e intransigente, el cual derramó lágrimas frente a la cámara, impactado por la dura realidad social de los niños talagantinos descalzos, en los tiempos que se iniciaba en la política. Me dijo: "por familia y por recursos yo debía haber sido de derecha, pero cuando vi esa pobreza me hice de izquierda". Y finalmente, don Luis Muñoz, el primer y único regidor comunista en la historia de Talagante, un gentleman, culto, caballero, respetuoso, que llevaba a sus espaldas una historia trágica. Con decir que era un niño cuando estuvo detenido por primera vez en virtud de la Ley Maldita de Gabriel González Videla. No pude dejar de emocionarme cuando narra el momento en que uno de sus hijos, apenas un adolescente, detenido en un campo de concentración tras el Golpe militar de 1973, cuando ya se le daba por perdido, apareció en su casa en la víspera de una Nochebuena.
En aquellas entrevistas pasábamos de las lágrimas a las risas. Don Amalfi, tallero, nos pedía que las entrevistas fueran más seguidas, porque era la única forma que su señora pusiera galletas para acompañar el café. Don Antonio recordando las travesuras contra su contrincante, don Manuel Tagle, a quien consideraba uno de los políticos más "macanudos" que había conocido, pese a la diferencia abismante de ideas. Por otra parte, don Manuel, emocionado, nos pedía que le lleváramos los cariños a don Antonio. Al propio don Manuel cantando en francés, haciendo gala de su refinada educación de joven, acompañado por su atenta hija Regina al piano. Don Francisco recitando y don Amalfi declamando un viejo poema llamado "El Pidén", que se acostumbraba, según nos dijo, en sus tiempos de niño escolar.
Hubo también momentos hilarantes, como cuando me atreví a preguntarle a don Octavio si le molestaba que le dijeran "El Pelao Leiva", y él, que tenía una calvicie que lo había acompañado de por vida, me respondió con algo de suspenso: ¿Porqué me voy a enojar? !No vé que soy pela´o! Y soltó la risa.
Y don Antonio, cantando un clásico tango: "Adiós muchachos, compañeros de mi vida/barra querida de aquellos tiempos/ Me toca a mí hoy emprender la retirada/
debo alejarme de mi buena muchachada/ Adiós muchachos, ya me voy y me resigno/Contra el destino nadie la talla/Se terminaron para mí todas las farras/ mi cuerpo enfermo no resiste más.
Con ese tango cierra el documental, preámbulo de una partida, porque apenas tiempo después llegó la hora final de don Antonio, don Octavio y don Manuel.

Memorias casi 50 años después: viejos políticos

Los políticos: buenas y malas costumbres
Hace algunos años llegó a mi casa una carta. Iba dirigida contra un gran amigo literato que había caído en desgracia con el poder. Era una misiva injuriosa, descalificadora, denigrante, chanta.
Tiempo después, me tocó vivir una situación algo similar. Había emprendido la idea de hacer un documental sobre las buenas costumbres de los viejos políticos para transmitirle esa experiencia a los jóvenes, especialmente a aquellos desencantados con la política.
Para ello, me vinculé con una productora. Cuando el video estuvo listo pedí revisarlo y como había algunos errores de edición, solicité que fuesen cambiados, cuestión que no agradó al jefe de aquella productora y su séquito de amigos, para los cuales mi rigurosidad pareció ser una afrenta. El resultado es que llegó el día del estreno y minutos antes, aquél que aparecía en los créditos como el director del film y uno se sus seguidores, me entregaron el video, tras lo cual, sin quedarse a ver el trabajo, se retiraron sospechosamente.
El video se exhibió ante un numeroso público y al final de éste, los créditos habían sido intervenidos maliciosamente.
¿Qué tenían en común ambas acciones? Habían sido urdidas cobardemente, craneadas macabramente con el propósito de infringir el mayor daño sicológico posible, con la falta de dignidad propia de quien tira la piedra y esconde la mano.
Retomando el tema de la carta, que también había llegado a un seleccionado grupo de exponentes de la cultura local, levanté el teléfono y llamé a mi amigo para expresarle mi solidaridad, pero lejos de encontrar en él a un tipo abatido, nos pusimos a reir del contenido de la misma y analizamos la carencia de valores éticos de quienes la habían escrito. Años después, sin quererlo me enteré de quienes, en qué circunstancias y en qué lugar se tramó aquello. Uno de los que participó de aquella reunión y que no estuvo de acuerdo con la carta, me lo contó.
Respecto del video, semanas después, al parecer arrepentidos por su cobarde actuar, los de la productora me enviaron una carta, me llamaban por teléfono y hasta se tomaron la molestia de remitirme un presente, implorándome que les disculpara.
Al cabo de un tiempo, al notar que la angustia de ellos era valedera, opté por aceptar sus disculpas. Tiempo después, se volvió a rodar el documental corregido. Tras la exhibición, al principal causante de esa acción le di un abrazo para liberarlo de sus remordimientos y tras dirigir algunas palabras al público presente me quebré emocionalmente.
Hace tiempo aprendí de una amiga, que frente a un hecho negativo siempre hay que anteponer algo positivo.
Por eso rescato de aquel documental los momentos emotivos vividos entrevistando a esos próceres políticos, algunos octogenarios y nonagenarios, a los que quise arrancarle no sólo sus frías vivencias políticas, sus fragores electorales, sino también sus emociones. Iban de derecha a izquierda, sin distingos. Don Manuel Tagle, viejo diputado conservador de Padre Hurtado, que recordaba sus encuentros con el sacerdote jesuita convertido en santo, pues su padre había donado el terreno para que se levantara el noviciado actualmente allí existente. La picardía de don Antonio Venegas, socialista, dos veces alcalde de Peñaflor, y su mirada campechana y pueblerina de la política, con un alzheimer que estaba en ciernes, por lo cual su señora nos pidió que lo entrevistáramos muy temprano, porque a esa hora se sentía mejor . Don Francisco Kellendonk, democratacristiano, y su pausado discurso, calmo, con una bonhomía impactante y unos sorprendentes recuerdos con Violeta Parra. Don Amalfi Torres, pícaro radical, alegre, un viejo maestro de noventa años, pero más parecido a un niño travieso. Don Octavio Leiva, de quien tenía una imagen de político duro e intransigente, el cual derramó lágrimas frente a la cámara, impactado por la dura realidad social de los niños talagantinos descalzos, en los tiempos que se iniciaba en la política. Me dijo: "por familia y por recursos yo debía haber sido de derecha, pero cuando vi esa pobreza me hice de izquierda". Y finalmente, don Luis Muñoz, el primer y único regidor comunista en la historia de Talagante, un gentleman, culto, caballero, respetuoso, que sin embrgo llevaba a sus espaldas una historia trágica. Con decir que era un niño cuando estuvo detenido por primera vez en virtud de la Ley Maldita de Gabriel González Videla. No pude dejar de emocionarme cuando narra el momento en que uno de sus hijos, apenas un adolescente, detenido en un campo de concentración tras el Golpe militar de 1973, cuando ya se le daba por perdido, apareció en su casa en la víspera de una nochebuena.
En aquellas entrevistas pasábamos de las lágrimas a las risas. Don Amalfi, tallero, nos pedía que las entrevistas fueran más seguidas, porque era la única forma que su señora pusiera galletas para acompañar el café. Don Antonio recordando las travesuras contra su contrincante, don Manuel Tagle, a quien consideraba uno de los políticos más "macanudos" que había conocido, pese a la diferencia abismante de ideas. Por otra parte, don Manuel, emocionado, nos pedía que le lleváramos los cariños a don Antonio. Al propio don Manuel cantando en francés, haciendo gala de su refinada educación de joven, acompañado por su atenta hija Regina al piano. Don Francisco recitando y don Amalfi declamando un viejo poema llamado "El Pidén", que se acostumbraba, según nos dijo, en sus tiempos de niño escolar.
Hubo también momentos hilarantes, como cuando me atreví a preguntarle a don Octavio si le molestaba que le dijeran "El Pelao Leiva" y él, que tenía una calvicie que lo había acompañado de por vida, me respondió con algo de suspenso: ¿por qué me voy a enojar?, ¡si soy pela´o! y soltó la risa.
Y don Antonio, cantando un clásico tango: Adiós muchachos, compañeros de mi vida,barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mí hoy emprender la retirada,
debo alejarme de mi buena muchachada. Adiós muchachos. Ya me voy y me resigno.Contra el destino nadie la talla. Se terminaron para mí todas las farras, mi cuerpo enfermo no resiste más.
Con ese tango cierra el documental, preámbulo de una partida, porque apenas tiempo después llegó la hora final de don Antonio, don Octavio y don Manuel.


Hernán Bustos Valdivia

Memorias casi 50 años después

Hace algunos años llegó a mi casa una carta. Iba dirigida contra un gran amigo literato que había caído en desgracia con el poder. Era una misiva injuriosa, descalificadora, denigrante, chanta, pero craneada con el propósito de infringir el mayor daño posible en ese hueso duro de roer.

Memorias casi 50 años después

Hace algunos años llegó a mi casa una carta anónima. Iba dirigida contra un gran amigo literato que había caído en desgracia con el poder

jueves, 17 de febrero de 2011

Casi 50 años después

Dentro de poco cumpliré 47 años, pero parece que he recorrido 100.
Son tantas las vivencias, tantas las personas, tantos los paisajes y las emociones atrapadas azarosamente, que sería mezquino de mi parte no compartirlas. Por eso, a partir de hoy comienzo a escribir mis prematuras memorias, las que concluiré el 28 de febrero de 2014.
No serán memorias cronológicas, sino más bien episodios, recuerdos repentinos o traídos a colación en algún momento de inspiración. Trataré de bregar contra mi subjetividad, aunque sé que la objetividad no existe. Trataré de contar mi propia verdad, aunque tampoco la verdad existe.
¿Por qué lo hago? Simplemente porque mi nombre está presente muchas partes debido a mi manía por recoger la historia de los pueblos del valle del Maipo y porque alguien podría interesarse en el futuro en querer develar algunos misterios de esta existencia. Que si fui de izquierda o de derecha, que si fui feliz, que si me sentí realizado, que si era ególatra o quitado de bulla, que si era optimismta o pesimista, que si me animaba la construcción antes que la destrucción, que si fui idealista o pragmático, qué cuáles fueron las mujeres que amé...en fin, cosas que a usted le importarían un soberano comino, pero a otras sí, porque en algún momento a alguien podría interesarle nuestras vidas.
Hablaré de los personajes que más admiré y de los personajes que provocan repugnancia, de los famosos y los anónimos.